En algún momento
quiso la noche romper la barrera que dista lo real de lo maravilloso. Y para
ello recurrió a la madrugada y el sueño que a su vez hubieron de remontarse a
un período difuso entre su conciencia y la infancia. Difuso también por latitud
y tiempo. Difuso porque él sabía de ella, pero ella sin embargo para ese tiempo
no le conocía ni imaginaba lo que habría acontecer algunos años después tan
pronto tuviere lugar el primer beso.
Era una tarde
cualquiera, aunque madrugada también producto del estado onírico de lo que
estaba aconteciendo. El no estaba allí porque fuere a buscarla, como ella tampoco
lo esperaba, en aquel momento. Únicamente protegidos por dos mujeres que en sus vidas
eran máximas autoridades del amor y otros dones y que el azar quiso agraciar
con el mismo nombre (Matilde). Hacía que sus historias se pudieran entrelazar aun más en un tiempo y
latitud sólo producto de su imaginación y sueños y que a ninguno corresponde. Por
eso marchaban juntos, entre una multitud que se manifestaba indignada y filas
muy lentas de coches. La causa, alguna realidad de la que él por ser un mal menor
en sus sueños, desconoce.
En algún momento
se detiene la marcha y el tiempo. Y cesan la agitación y el bullicio de la
gente como el constante sonar del claxon de los coches. Entre la muchedumbre y el polvo aparece ella, con un vestido muy colorido
y flamenco. Perfectamente peinada y con un maquillaje poco discreto que
realzaba más que su belleza femenina (que no es poca) su infancia y la
inocente intención de parecerse a su madre en cada gesto. Y después de verla,
parece que todos los gitanos hubiesen nacido sin una pizca de arte como los andaluces de gracia muy pobres. Cuando deja
al descubierto una sonrisa perfecta que alguien congeló en una fotografía que aún
conservo.
Y se acercó por la espalda y con su dedo índice inquirió dos veces
sobre su hombro izquierdo. Ella se giró y sonreía tímidamente y sin articular
palabra los ojos de él se fueron a buscar refugio al suelo. Y ahí estaban esos
zapatos negros ortopédicos que tanto odiaba de pequeño. Y entre sus pies una mochila llena de libros cuyo acto era justificado por
el rebuscar con sus manitas pequeñas algo en su bolsillo que no se atrevió a
entregarle en aquel momento. Y entre tanto suceder a lo lejos parece venir de vuelta el ensordecedor ruido del claxon de los coches y con
ello el movimiento de la muchedumbre que probablemente los distancie hasta su próximo
sueño. Desesperado toma su mano, mira sus ojos y le dice con la actitud del
niño que es producto del letargo en que lo ha sumergido su sueño, pero con la
conciencia del hombre que ha decidido amarla incondicionalmente a pesar de las
circunstancias y sin lamentos.
No será hoy el día en que precisamente me enamore de
ti, eso sucedió ya hace mucho tiempo. Y desde luego no será hoy el día en que dejaré
de estarlo, te lo prometo. Sin embargo a pesar de que a cada instante habré de
entregarte lo mejor de mí. Estoy seguro que en algún momento habré de equivocarme,
porque no soy perfecto. Seré juzgado por quien no me conoce y probablemente me
abandones sin que pueda hacer nada al respecto. A lo mejor una primavera te
alcance para no recordarme, puede simplemente que dos días después no quieras
hacerlo.
Pero has de ser consciente que si aceptas un primer
beso, que si juras quererme como lo harás en algún momento. Me cercioraré de
con una rodilla en el suelo pedirte lo eterno. De regalarte una rosa sin más
fecha que mi único deseo de hacerlo. Que te escribiré más de sesenta cartas y
te invitaré al mismo café más de mil veces cuando todos los demás crean que no
debería hacerlo. Que has de estar presente hasta el final de mis días en mi
vida, porque no hay nada con lo que pueda comparar lo que por ti siento. Y
estoy tan seguro de ello que jamás me sentí mejor, tan seguro que no lo
detendría aunque estuviese en mis manos el poder hacerlo. Y aunque con el paso
de los años tu conciencia borre de tu memoria este momento, me seguiré
despertando cada día con la misma ilusión. Y en los días que vinieren...
L.P.F.01F85
Lara Pardo Fernández
Obra: Materializando sueños.
Artista plástica: Erica Hopper