jueves, 24 de diciembre de 2020

Teníamos algo en común...

Teníamos algo en común. Habíamos sido concebido con el mismo propósito de una escopeta de feria. Y no me refiero a fallar, sino al momento previo, ese en el que apuntas y vuelves a apuntar y cuando crees tenerlo aguantas la respiración aprietas el gatillo y en vez de un Oso gigante y hermoso te llevas un llavero, porque evidentemente has fallado. Y aún sabiendo cual será el resultado, lo vuelves a intentar. Y desistes cuando ya tienes llaveros para toda la familia y algún vecino más. Y te das cuenta que a pesar de todos tus esfuerzos e intentos, hay quien únicamente reduce todo el tiempo anteriormente descrito a esa milésima de segundo en la que aprietas el gatillo, a ese simple gesto.

Teníamos en común algo más,  que sin importar lo que pensáramos la vida parecía estarnos constantemente corrigiendo. Y lo que pensáramos hoy, después de un tiempo nuestros propios actos ya lo habían deshecho. Y entonces no dejábamos de pensar al respecto, sobre si era karma, mala suerte o es que simplemente éramos unos paletos. 

Teníamos en común algo más. Los sentidos y el silencio. Y a pesar de todo esto, teníamos que convivir con seres entrañables y otros menos, con gente a la que amábamos y otras menos, teníamos que ser felices con lo que teníamos y a veces con menos. Teníamos que pedir disculpa y a veces no llegábamos a tiempo. Y entonces las cosas importantes dolían y algunas otras aunque también, menos. Teníamos tantas cosas en común que cuando las cosas se ponían bonitas, lo hacían hasta para los feos. Y entonces me di cuenta muy lejos de mi ego, que nada era como yo pensaba y que a la vez nada dejaba de serlo. Que sin importar lo que fuera, sería, porque no era cosa mía, sino del tiempo...


Perdón a quien por un arranque ira ofendí, cuando debí guardar silencio.