No voy por mis pecados
a vivir en un infierno.
Ni voy a esperar milagros,
después de tantos naufragios,
y fortísimos vientos.
No aceptaré las lisonjas
de quien por la espalda me traiciona
y a la agónica miseria
perpetuamente me condena.
Sólo porque mi alma
contra corriente navega
o porque el cálido viento
a mi favor no sopla.
Después de todo
son los peces los que nadan
y la mierda la que flota.
Y no puedo ni por mi alcurnia
ni por otros miedos
ser testaferro
o portador de falsos abrazos
ni el necio que por capricho
persigue mil almas vacías
para llenar lo muerto de un espacio.
No voy por mis pecados
a vivir en un infierno
ni pienso morir creyendo
que para entonces mis dioses
me habrán abandonado.
Los dioses que cada día me perdonan
y los que os han perdonado.
Los mismos que para vivir,
me he inventado.