No sería esta historia bien contada ni del todo cierta o real si os pudiera decir como acaba. Y digo esto con la seguridad de tener todas mis penas y glorias saldadas, todas mis penas y la gloria de amar. Y es que de todo lo vivido pesa más la vergüenza que el castigo, pesa tanto que en ocasiones he sentido que no he podido tirar ni siquiera de mi propia sombra para volver a la realidad. Pero como la vida de los hombres desde hace miles de años es lo mismo, como cada solución que antes planteó un problema y con menor o mayor ingenio fue resuelto sin caer en el olvido. Aquí sigo yo, enmendando mi pasado a pedazos, entre sorpresas, sonrisas, lágrimas y suspiros.
Y me maravilla saber que nadie podrá despojarme jamás de toda la
fortuna que para mi representa el haber vivido cada día, desde el
primero hasta el último, con sus peores momentos incluidos. Me
maravilla, porque nadie podrá despojarme de mis anhelos, de mis
sueños ni de mis recuerdos ni siquiera después de que mi exánime cuerpo se haya rendido. Me maravilla porque
siempre tengo la sensación de que para alcanzar el 100% de todo lo que podría llegar a ser todavía no rozo un ¼º de todo lo que pueda hacer siempre para bien ni de todo lo que por dar tengo. Me maravilla tanto como las biografías e historias de personas que sin importar lo que padecieran vivieron sus vidas de una manera altruista, fiel a sus sentimientos y sin abandonar sus sueños.
Y es que visto a tantas personas
afirmar convencidas el haberlo entregado todo en algún momento. Todo
o un tanto que según su propio criterio equivaldría de si mismos a
un 200% o a mucho más de lo que simplemente podían dar.
Que no ha sido sino hasta hace muy poco tiempo que me he dado cuenta
de todo lo que soy y de lo mucho que tengo. Y me maravillo por todo el bien que se puede hacer con un simple gesto.
Foto: Torre Eiffel. Francia.
Siete maravillas del mundo antiguo.