Borrador. Parte 3.
Y es que esta historia comienza donde parece terminar. En un lugar muy lejano y hace mucho tiempo ya. Y puede que lo que por contarles estoy aconteciera hace unos mil años o tan sólo tres y que alguna parte os suene. Sin embargo no pretendáis adivinar el final, porque no ha sido escrito y pendiente está, porque entre sus personajes figura uno que en apariencia no tiene nada de especial.
Un hombre del que se decía fue el más torpe del mundo sin hacer distinción entre su corazón y sus manos. Y no es que los lugareños de ese recóndito paraje destacaran por sus habilidades o tuvieren sobre sus espaldas muchos viajes ni la referencia de tantísimas personas como para poder aseverar semejante afirmación, lo que en consecuencia dejaba al descubierto que lo importante o la parte más bella de él como ser humano para algunos de ellos no tenía nada que ver con su humanidad o con el amor. Refiriéndose cada uno a lo que alcanzaban sus ojos y no más allá. Resumiéndolo todo a una cuestión de gusto y consensos de opiniones sobre un juicio emitido, justo o no. Donde puede simplemente pesara más el temor de esa cicatriz en su cara que simulaba el recorrido de una lágrima terminando en algún punto entre la nariz y sus labios y de la que nunca nadie le escucho hablar. Teniendo yo mis dudas sobre si hubiere habido alguien dispuesto a escuchar lo que a veces balbuceaba con una voz tan tenue que parecía estar hablando con las estrellas o su propia alma.
Y es que cualquiera podía ser la razón para no prestarle atención, cualquiera, incluidos los muchos días sin afeitar o su ropa raída y casi mugrienta y dicho sea de paso nuestra hipocresía, por qué no o las faltas de ortografía con las que sobre un cartón se podía leer a duras penas un mensaje que el tiempo parecía haber borrado y rezaba "Todo lo que pretendo es un espacio entre el presente y lo eterno" Y es que a veces cualquier excusa es buena para no hacer nada. Y la mejor es el tiempo, para quien está libre del temor de que por Dios pueda ser castigado. Lo cierto es que no se quejaba, no se lamentaba, ni pedía dinero. Pero a pesar de eso mucha gente le esquivaba o se persignaba, como si pretendiere escapar de algo que sólo el estaba viviendo.
La gente que juzga un pez por serle imposible trepar un árbol, suele morir ahogado.
Fotografía: Daniel Cheon