miércoles, 6 de julio de 2011

Fabula de la anciana.


Erase una vez una anciana a la que se le murió el marido. La mujer se fue a vivir con su hijo, la esposa de este y una hija. Cada día, la anciana iba perdiendo vista y oído. A veces las manos le temblaban tanto que se le caían los guisantes al suelo y la sopa se le escurría del plato. A su hijo y su nuera les fastidiaba todo aquel desorden y un día dijeron basta. Dispusieron una mesita en un rincón para que la anciana comiera allí, a solas. Ella los miraba con lágrimas en los ojos desde la otra punta del comedor, pero ellos casi no le hablaban durante las comidas, salvo para regañarla porque se le caía el tenedor o la cuchara.

Una tarde antes de cenar, la niña estaba sentada en el suelo jugando con unos bloques de construcción. "¿Qué estas haciendo?", le preguntó su padre. "Construyo una mesita para ti y para mamá" dijo la niña. "Así cuando yo sea mayor podréis comer solos en un rincón" El padre y la madre quedaron sin palabras, mientras una lágrima corría por las mejillas de ambos a la vez. Solo en ese momento fueron consciente de la naturaleza de sus actos y de la pena que le habían causado a la anciana. A partir de esa noche la anciana volvió a ocupar su puesto en la mesa para no dejarlo nunca más y aunque sus manos siguieron temblando, ninguno de los inconvenientes que este hecho traía consigo jamás les volvió a molestar.