El 14 de febrero mientras me dirigía al trabajo vi a un hombre abandonar a un perro en la autovía. Sacó el animal y lo tiró del otro lado del guardaraíles. Sin mirar atrás salió corriendo se metió dentro de su coche y pisó el acelerador a fondo. Y huyendo escapó del mal sabor que le producía aquella sensación. Al momento de la maleza sale el perro desconcertado y comienza una fallida carrera desesperada detrás del automóvil del que hace un instante había salido, y que tras unos cuatrocientos metros se metía en un desvío que por arte de magia lo hacía desaparecer ante los ojos del animal, que no dejaba de correr intentando alcanzar a su dueño.
EN LOS OJOS DEL ANIMAL
Apenas pude mirar los ojos del animal, pero sus orejas tumbadas al lado de la cabeza y la cola entre las patas le hacían presagiar lo peor, sin embargo no dejaba de correr. Seguía corriendo como si le fuera la vida en ello, no se daba por aludido, no creo que pudiese comprender la situación de como alguien que le había alimentado, acariciado y dado cobijo durante tanto tiempo pudiese deshacerse de el así, sin más, sin tan siquiera mirar atrás. Imagino que esa persona sólo lo haya visto como un perro, a pesar de que el para su perro era mucho más.
La mascota no buscaba razones para quererlo, era sólo una mascota, que había jurado lealtad. En su raza equivalente a un amor eterno e incondicional. Estoy seguro que ni enfermo dejó de mover la cola, era más que un perro era mucho más. Pero al parecer para su dueño nunca fue más que un perro, gracioso pero prescindible, bonito en su momento, un animal de compañía, sólo un perro, y como a un perro le consideró la tarde que decidió que lo tenía que abandonar. De ahora en adelante muy difícil será la vida de este animal, que nunca necesitó razones para amar.